Elegía

ELEGÍA (2018)

De pie en el borde, tambaleándose. Sintiendo el tirón del agujero profundamente excavado, mientras el espacio claustrofóbico a mi alrededor me empuja hacia abajo y adentro de él. Los sonidos rechinan dentro de mi cabeza. El sonido de cosas que caen de los camiones retumbantes, y una voz que ominosamente recita el nombre ‘Medellín’ y el número ’13’. Me rodea una sensación opresiva y todo lo que puedo pensar es en la muerte. Este mínimo error en escena permitió que las dimensiones metafóricas del trabajo se experimentaran con más fuerza.

¿Qué hay en el fondo de este agujero? A medida que la cámara se acerca lentamente hacia su parte inferior, las formas grumosas parecen emerger y se cubren en la tierra. ¿Qué me llama por los sonidos e imágenes que se expanden alrededor de mi cabeza y debajo de mis pies? ¿Me estoy balanceando y temblando ante las mismas puertas del infierno? Parece que, mientras soporto los 10 minutos de esta obra este podría muy bien ser el caso. La imagen del fondo del pozo parece avanzar y retroceder algunas veces, como si la historia pudiera retroceder y borrarse, y en particular la historia fluida y aterradora de Colombia, que se tambalea a través de sus ciclos violentos y repeticiones. Pero el nuevo trabajo de Clemencia Echeverri no es solo un espectáculo de terror, porque en mi terror también debo resistir su atracción, resistir la lánguida liberación de la caída y así soportar el horror de la boca abierta del infierno. Resistir este tirón y soportar este trabajo significa enfrentar la violencia que mató a tantas personas esa noche en Medellín, que barrió a esas innumerables personas en camiones y depositaron sus cuerpos en muchos lugares de la comuna y que el gobierno luego dijo que no existía. A pesar de todo la gente sigue buscando y”miró”. Ahora miramos el agujero y no los cuerpos, y oímos el ruido de las cosas que caen de la parte trasera de los camiones, los golpes cuando las cosas aterrizan en el fondo del agujero. Pero no lo vemos porque supuestamente no tuvo lugar. Contra todo este horror debemos mantener nuestro lugar, debemos abrir nuestros ojos y oídos y debemos ser testigos.

Estamos experimentando algo que se hizo invisible, que se hizo para desaparecer, para evaporarse en la noche oscura y negra. Y nos vemos obligados a escuchar sus murmuradores horrores, sus débiles rastros, las polvorientas huellas de su borrado eficiente. Todo lo que queda es un susurro, una sombra, un recuerdo que incluso cuando se habla permanece inaudible porque oficialmente no sucedió. Esto es lo que sucede en Colombia: los cuerpos están enterrados, los recuerdos son forzosamente “olvidados” y los actos violentos permanecen ocultos en la oscuridad. Esto es lo que sucede cuando las personas “desaparecen”.

Hay sonido pero ninguna imagen de estos cuerpos que desaparecen. Al igual que la imagen que  avanza y retrocede, esta disyunción nos dice acerca de la contingencia de la evidencia y la naturaleza frágil de la verdad dentro de las complejas historias de la violencia colombiana. Pero estos temas y metáforas también tienen una connotación más amplia, y hablan sobre la violencia y sus poderes inconscientes en todo el mundo. Así que los murmullos que escuchamos, el aliento de los muertos, los sonidos misteriosos y amenazantes de las máquinas que arrojan cosas en los agujeros, e incluso el agujero en sí mismo, son signos de ausencia que pueden escucharse por todas partes. O más, son signos de desaparición (como gran parte del trabajo de Echeverri), los sonidos oscuros de las cosas enterradas en un agujero. Nuestro lugar allí, en el borde del hueco, es resistir la atracción y seguir siendo un testigo. Aunque solo sea para decir finalmente que el agujero murmurante, su atracción invisible y su forma oscura y sombría, existen.

Stephen Zepke
Filósofo, Viena

MONTAJE

FICHA TÉCNICA 

Video instalación monocanal

  • Sonido 10.2
  • ARTBO, Premio OMA 2017

CRÉDITOS

Dirección: Clemencia Echeverri
Director de fotografía: Camilo Echeverri
Edición: Víctor Garcés
Edición y diseño sonoro: Juan Forero

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