Deserere

DESERERE,  2022
Del latín desierto o desertar

El 18 de abril de 2004, llegó un grupo de paramilitares con lista en mano a Bahía Portete, Alta Guajira. Asesinaron y torturaron a seis mujeres wayuu de las familias Fince Uriana, Fince Epinayu, Cuadrado Fince y Ballesteros Epinayu: Margot Fince Epinayu (70 años), Rosa Fince Uriana (46 años), Diana (40 años), y tres niñas Reina Fince Pushaina (13 años), dos familiares Epinayu (7 y 5 años), estas hasta hoy desaparecidas.

Se trató de una masacre planeada para dominar las rutas de navegación del puerto, coordinada por el jefe paramilitar del bloque norte de las AUC y comandante militar del Frente Contrainsurgencia wayuu Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 40” y Arnulfo Sánchez alias “Pablo”. En su ejecución, también participo José María Barros Ipuana, conocido como “Chema Bala”, hombre wayuu y comerciante del puerto de Bahía Portete. Estos homicidios tuvieron como consecuencias adicionales el desplazamiento de 400 familias que, muy lentamente y durante estos 18 años, han ido regresando a su territorio devastado completamente.

Fuente: La Masacre de Bahia PorteteMujeres Wayuu en la MiraGrupo de Memoria Histórica. 2010.

Cada paso me reveló un tiempo saturado por la amenaza manifiesta de un pasado que podría repetirse. Guiada por Nazly Martínez del Eirruku Aapushana, mujer wayuu, viajé a la Guajira seguida por Jepirachi “el viento que no desaparece”, y que según ellos “trae y lleva orientaciones”; un viento que nos invito a alcanzar  las huellas, a conocer los lugares violentados y recorrerlos detenidamente para entender su obscuridad. Recorrí el lugar guiada también por niños y jóvenes y por los testimonios de Telemina Barros, Zoila Remedios Fince Epinayú, Rolan Fince Uriana, Mariana Epinayú y Maria Elena Fince Epinayú, personas de avanzada edad y víctimas de la masacre de Bahía Portete.

El contacto con el pueblo wayuu me permitió reconocerlo fuerte y potente, protectores de su lugar, claros en posturas que responden a su tradición. Viven entre mitos y símbolos depositados en su geografía natural y en la actividad cotidiana. La mujer wayuu sostiene el ritmo de una sociedad matrilineal, dirime conflictos y lidera la vida de la comunidad con una autenticidad que sobresale frente a la estructura patriarcal de la sociedad colombiana. La masacre de Bahía Portete —en cuyo centro están los cuerpos de mujeres wayuu torturadas, asesinadas y desaparecidas— es una iteración premeditada de la violencia del paramilitarismo, de su intención de penetrar el territorio para romper los lazos familiares, borrar verdades e impartir miedo.

Fue inevitable llegar con el arte, sobre los hechos, para señalarlos y revelar su silencio desde ese desierto inmenso, desde los tambores, las ruinas, el sueño, el canto, el llanto y ese eco de motores que se apodera del territorio de manera violenta y feroz. Los hechos permanecen ahí, indelebles; el dolor y la desconfianza habitan el lugar.

Con la cámara sigo a un niño wayuu y a su burro que, a pesar de estar protegidos por la calma cotidiana de sus propias labores, tienen que vivir de cerca la irrupción de camionetas que atraviesan el desierto a toda velocidad. En el ambiente se sienten los gestos de los paramilitares que han rondado la región por años y por todos los rincones para ejercer con su violencia la inclemente “dueñidad” que aún permanece.

Necesario fue acercarme para confrontar las resonancias, que aún subsisten en las heridas de un territorio vulnerado; al espacio horadado, abandonado y olvidado del desierto, para sentir allí también las vibraciones recónditas y poderosas de una comunidad, un mundo y un presente que resiste. 

Entender los ritmos de este territorio ha sido complejo; su presencia se instala y al mismo tiempo se me escapa. Me sumergí en él de la mano de fuentes literarias—Weildler Guerra Curvelo, María Emma Wills y María Luisa Moreno—para intentar comprenderlo, y proponer modos de percibir. Con Camilo Echeverri y Daniel Cuervo en cámara, realizamos un recorrido detenido por caminos no trazados, sufrimos temperaturas fuertes y empolvadas para encontrar las imágenes sumidas en el desierto. Con Paloma Valencia en la asistencia de producción, con la brújula en el conductor José Diaz Pana del Eirruku Epieyu al margen del tiempo y con los micrófonos como testigos de Juan Forero y Cristian Prieto, intentamos capturar la densidad de un sonido que vibra el calor agitado del viento. En su intensidad se van entrelazando los relatos, los silencios y las texturas de un espacio cuya extensión nos excede y solo así nos permite empezar a sentir sus poderes.

Clemencia Echeverri

Stills de la obra

Deserere – Trupillo

Animación cuadro a cuadro en dibujo para videowall en 4 monitores, hace contrapunto a la instalación que traza y busca ese camino violentado sobre el mapa.

Deserere

Still de la animación.

Deserere

Still de la animación. 

Deserere

Still de la animación.

La memoria de jepirachi 
Outushii wayaa ma’akaa katuule wouu .
(Morimos como si siguiéramos vivos).
Vito Apüshana

“El espacio geográfico y cultural del desierto de La Guajira, que se expande entre las proyecciones enfrentadas y la textura de sus paisajes sonoros, es uno al que entramos sin entrar nunca completamente: a la vez nos invade y nos impide acceder a él.

En el desierto que esta video instalación de Clemencia Echeverri presenta y evoca (el desierto no es solo lo que vemos sino también la galería por la que caminamos sin rumbo), todo es fragmento, atisbo, secreto: cada instancia del recorrido a través de las salas interconectadas—cada plano y cada detalle, cada sonido y cada eco—es una entrada a la inmensidad del mundo wayuu cuya presencia, sin embargo, interrumpe toda promesa de acceso. 

Como lo sugiere la raíz latina que le da título a la obra, el desierto es aquí, entonces, un lugar que no puede ubicarse con certeza en el espacio y el tiempo de lo conocido y lo propio, que queda siempre fuera de campo y que así burla el presunto poder de la mirada: el lugar de un mundo abandonado, desertado, olvidado, pero también un mundo que esquiva la fuerza del olvido con sus propias formas de recuerdo.

La obra resiste las jerarquías que gobiernan de manera hegemónica el régimen de lo sensible al presentar la resistencia de ese mundo en acción: el desierto abandona, olvida, desierta la imagen que lo expone en su fuga. El espacio que se expande entre las trayectorias visuales y sonoras de Deserere nos ubica, al desubicarnos, en la extensión de un territorio cuya apertura radical responde solo a una voluntad: la voluntad del viento. No es casualidad que sea justo la fuerza tenue y poderosa del viento de la Alta Guajira la que recorre, y así anuda con su movimiento y vibración, todas y cada una de las imágenes visuales y sonoras que se despliegan a medida que caminamos sin destino por la instalacion de video. 

Deserere se pregunta y nos pregunta cómo entrar en sintonía con la forma de memoria, tan ancestral como futura, que sobrevive y respira en este viento del desierto; cómo escuchar sus reclamos de justicia, cómo acompañar el llamado de los muertos que viajan en su estela hacia jepira, honrando la distancia entre un mundo y otro. 

¿Cómo habitar el espacio de esa diferencia? ¿Cómo acompañarla, atestiguarla, escucharla en su llamado obstinado sin traducir lo que evoca? ¿Cómo recordar—esto es, cómo sentir: cómo traer de nuevo (re) al corazón (cordis)— la memoria de los cuerpos insepultos que aún esperan su segundo entierro para, como dice el verso de Apüshana, poder morir por fin como si siguieran vivos? “.

Texto del catálogo 
María del Rosario Acosta y Juan Diego Pérez,
filósofos y teóricos del arte. 

Descargue aquí el catálogo de Deserere.

FICHA TÉCNICA

Video instalación multicanal

  • 13 proyecciones
  • 11 canales de sonido


DESERERE animación, stop motion

  • 4 monitores
  • Sin sonido

Instalación en la Galería Espacio Continuo. Bogotá, 2022. 

Detrás de cámaras. La Guajira, Colombia. 

CRÉDITOS

Dirección: Clemencia Echeverri 
Cámara:
 Camilo Echeverri y Daniel Cuervo
Asistente de cámara: Carlos Arbeláez 
Edición de video:  Victor Garcés
Sonido y diseño sonoro: Juan Forero
Asistente de sonido: Cristian Prieto A

Producción:
 Nasly Martínez y Paloma Flórez

Edición de la animación: Mariana emilia vejarano

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